El pasado julio asistí a la boda de una persona muy especial para mí, Carla. Fue una ceremonia preciosa, en la que cuidaron hasta el más mínimo de los detalles (incluso los meseros en lugar de los típicos números tenían nombres técnicos de flores mediterráneas -en honor a la novia- y del cantábrico -en honor al novio-). La ceremonia religiosa fue en la Iglesia de San Juan del Hospital, una maravilla que debéis visitar si venís a Valencia, y el banquete en la Vallesa de Mandor, un enclave absolutamente fantástico, un balcón a la naturaleza en la que parece que, sin duda, te has perdido. Cenamos al aire libre, algo muy agradable en la fecha en la que se celebró el enlace, y disfrutamos al máximo con los novios, con su frescura, su vitalidad y, sobretodo, con su amor. Ella estaba espectacular, un vestido de Miquel Suay muy de princesa, salpicado de rosa, su color favorito, en los zapatos y el cinturón. Y el novio, que se la comía de amor con la mirada, vestía ideal. Solo de recordarlo se me saltan las lágrimas.

En esta ocasión, como habéis podido ver, la boda tenía una estética vintage-romántica-floral. Y el look por el que me decanté seguía esa dinámica. Un vestido sencillo con volantito, unas sandalias nude, trenza y una corona de flores para darle vida y frescura. Las flores eran naturales y mi madre, que es peluquera, fue la que, poco a poco, me realizó la corona sobre mi propio pelo.